Nuestra espiritualidad se alimenta de:

LA SANTA MISA:

Es el centro de nuestra vida, ya que en ella celebramos nuestra Pascua diaria.

En íntima unión con el Sacrificio Eucarístico realizamos el ofrecimiento de nosotras mismas hasta el don de la vida, poniendo toda nuestra confianza en Aquel, que en la Eucaristía vive amándonos a cada una de nosotras.


LA VISITA AL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Y LA ADORACIÓN

Para corresponder a nuestra vocación permanecemos como María a los pies del Maestro; convencidas de que la capacidad de donar y amar, dependen de la disponibilidad de recibir y dejarse amar por el Señor.

Rezamos por todos aquellos que nos han sido confiados y a quienes anunciamos, lo que hemos contemplado.

 

LA LITURGIA DE LAS HORAS

La celebración de la Liturgia de las Horas nos une a la Iglesia para cantar incesantemente a Dios el himno del amor que nos renueva en la ofrenda cotidiana de nosotras mismas.

LA COMUNIÓN con el Cuerpo de Cristo aumenta nuestra generosidad y unifica nuestros corazones en el mismo espíritu.

LA MEDITACIÓN

La Palabra de Dios es el alimento para la vida, para la oración y para el camino diario, el principio de unificación de la comunidad en la unidad del pensamiento, la respiración para la constante renovación y para la creatividad apostólica.

LA LECTURA ESPIRITUAL

Nos estimula a vivir y a transmitir el mensaje de las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad y así responder a las exigencias de la Iglesia y del mundo.

EL VIA CRUCIS

Las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad alimentan y expresan el espíritu de la Congregación, con el ejercicio del Vía Crucis semanal.

EL SANTO ROSARIO

Disponibles a la Maternidad fuerte y dulce de María nos dejamos educar por ella, en el rezo cotidiano del Santo Rosario.

Las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad profesan una devoción particular a la Virgen Dolorosa, patrona del Instituto.

LA ORACIÓN PERSONAL

Cultivamos con fidelidad la oración personal de este modo escondidas en Cristo, recibimos de El: fuerza en los momentos de debilidad, consuelo en toda tribulación, la gracia necesaria para que en nuestro servicio Él crezca y nosotras disminuyamos, y la palabra eficaz para consolar a los que sufren.